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Jueves, 28 Marzo 2024

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Nueve invenciones descubiertas por casualidad

Los emprendedores, creadores y científicos de todo el mundo tienen que saber (si es lo que no lo saben ya) que buena parte de los descubrimientos que hicieron ricos a empresarios y grandes empresas, fueron inventados por pura casualidad.

Su grandeza consistió en saber prever el futuro de una invención que no era la que estaban buscando, sabiendo adelantarse a su tiempo. En este artículo, que extraemos de la versión americana de Gizmodo, os mostramos nueve de esos grandes inventos, que han cambiado nuestras vidas. 

El microondas – Percy L. Spencer

Percy Spencer, que pasará a la historia por ser el inventor de uno de los electrodomésticos más utilizados del mundo, trabajaba como ingeniero en Raytheon, una de las grandes empresas proveedoras del ejército de los Estados Unidos. En 1945, mientras estaba trabajando en el desarrollo de un nuevo emisor de ondas electromagnéticas (similar al que por aquel entonces utilizaban los radares), comenzó a notar una extraña sensación de calor en sus pantalones.

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Al parar para descubrir qué es lo que estaba pasando, constató que la chocolatina que guardaba en uno de sus bolsillos, había comenzado a derretirse. Inmediatamente se dio cuenta que las ondas emitidas por el nuevo aparato eran las responsables de lo que había pasado, y no tardó mucho en darse cuenta de las posibilidades que este descubrimiento tendría para el mundo de la cocina. Había nacido el microondas.

La sacarina – Ira Remsen y Constantin Fahlberg

Un día de 1879, Ira Remsen y Constantin Fahlberg, dos trabajadores del laboratorio químico de la Johns Hopkins University, se tomaron su habitual pausa para comer. Frente a lo que solía ser lo normal, Fahlberg se olvidó de lavarse las manos antes de comer (un error que puede costar muy caro a los químicos), lo que le llevó por accidente a descubrir que mientras comía, un aroma extrañamente dulce surgía de sus manos. La primera idea de un edulcorante artifical, tomaba cuerpo.

Aunque el trabajo sobre este descubrimiento fue publicado por ambos científicos, finalmente únicamente fue Fahlberg el que inscribió su nombre en la patente del producto, lo cual le hizo inmensamente rico. Como es de esperar, el rencor de Remsen hacia su compañero de trabajo no tardó en aflorar y en una ocasión declaró públicamente que «Fahlberg es una persona sin escrúpulos. Me da náuseas escuchar mi nombre asociado al suyo».

Slinky – Richard James

La historia de uno de los juguetes más vendidos de todos los tiempos tiene su miga. En 1943, el ingeniero naval Richard James, estaba intentando encontrar una forma de utilizar muelles para proteger material sensible durante su transporte en barco, ya que en muchas ocasiones el vaivén de las olas podía provocar que las cajas se desplazasen, chocasen unas contra las otras y se rompiesen.

En eso estaba, cuando uno de sus prototipos se le cayó accidentalmente al suelo. El efecto fue el que todos conocemos. Se contrajo sobre sí mismo para volver a estirarse todo lo largo que era, rebotando y reproduciendo el efecto anterior una y otra vez. No paso demasiado tiempo hasta el Slinky (que así se llamó originalmente el juguete – to slink = moverse sigilosamente) llegase a las tiendas teniendo un gran éxito entre los más pequeños.

 


Play-Doh – Kutol Products

Antes de inundar las casas de medio mundo como plastilina para niños, el Play-Doh fue creado, irónicamente, con el objetivo de convertirse en un producto de limpieza. De hecho, en un primer momento la pasta se venía como una «solución milagrosa» para limpiar las manchas del papel mural de las casas, pero el producto no tuvo demasiado éxito.

Sin embargo, un descubrimiento sorprendente salvó a la compañía de la bancarrota. Y no fue precisamente que el producto limpiase el papel mural particularmente bien, sino que muchos niños lo utilizaban para adornar muchas de las manualidades que creaban en sus colegios.

Es entonces cuando los directivos de la empresa se dieron cuenta que eliminando los componentes de limpieza (que podían ser tóxicos), añadiendo colores y un olor dulzón, podían convertir esa pasta que hasta ahora había servido de bien poco, en un producto de éxito mundial.

Super Glue – Harry Coover

En 1942, Harry Coover vivió uno de los momentos más frustrantes de su vida.  Este químico de los laboratorios Eastman-Kodak descubrió que la cianocrialita, una de las sustancias en las que había estado trabajando durante meses, había revelado ser un fracaso total. Para su desgracia, no había inventado un material para mejorar las mirillas de precisión de las cámara fotográficas, sino una sustancia que parecía pegarse sin remedio a todo lo que tocaba. Frustrado, abandonó el proyecto.

Seis años más tarde, mientras se encontraba desarrollando un diseño experimental para mejorar el recubrimiento de los aviones, se encontró con una vieja conocida: la cianocrialita. En esta ocasión, en vez de desechar la sustancia, se dio cuenta de que realmente pegaba bien sin necesidad de una fuente de calor externa.

Animado por este descubrimiento experimentó sobre los posibles usos de esta nueva sustancia en el laboratorio, dándose cuenta finalmente que había inventado un pegamento revolucionario. La cianocrialita fue finalmente patentada, y en 1958, transcurridos 16 años desde su primer encuentro, inundó las tiendas. 

Teflón – Roy Plunkett

La próxima vez que hagáis una tortilla o un huevo frito sin ningún tipo de problema, deberéis darle las gracias a Roy Plunkett, otro de los famosos químicos que inventaron un material revolucionario por casualidad. En 1938, Plunkett estaba enfrascado en el desarrollo de una nueva variedad de clroflurocarbonos (más conocidos como CFC) con el objetivo de poder utilizarlos en cámaras frigoríficas.

Su sorpresa se produjo cuando al comprobar los tubos que en teoría deberían estar llenos de gas, descubrió el el material prácticamente se había evaporado, dejando tras de sí unos copos blancos. Intrigado por estos restos, comenzó a investigar sobre sus propiedades, llegando a la conclusión de que era un fantástico lubricante que podía soportar temperaturas extremadamente altas. La primera aplicación de la nueva sustancia fue para la industria militar y sólo más tarde llegó a las sartenes de todo el mundo.

 


Baquelita – Leo Baekeland

Hasta 1907, una laca denominada shellac, se utilizaba comúnmente como aislante para equipos electrónicos, como radios o teléfonos. Aunque funcionaba bastante bien, su principal problema es que provenía exclusivamente de los excrementos de un extraño escarabajo asiático, lo cual no resultaba especialmente barato para una industria que se encontraba en plena fase de expansión.

Todo esto cambió cuando el químico belga Leo Baekeland, fue capaz de desarrollar (ojo a la palabra), el polyoxybenzylmethylenglycolanhydridato, el primer plástico completamente sintético, conocido comúnmente como Baquelita en honor a su descubridor que nunca llegó a intuir las posibilidades que tenía una sustancia que podía ser moldeada de cualquier forma y color, aguantando además altas temperaturas sin deformarse.

Marcapasos – Wilson Greatbatch

Todo comenzó con una enorme sensación de fracaso. Wilson Greatbatch, profesor de la Universidad de Buffalo, en vez de coger una resistencia de 10,000 ohmnios para utilizarlo en un nuevo prototipo de electrocardiograma, eligió por equivocación una resistencia de 1 megaohm. Pronto se dio cuenta el el circuito que había desarrollado producía una señal que se extendía durante 1.8 milisegundos, siguiendo una pausa de un segundo (un intervalo que puede resultar fatal para el corazón humano).

De esta forma se dio cuenta que podía regular el pulso de las personas, pasando por encima de algunas enfermedades cardiovasculares que lo afectaban. Evidentemente los primeros marcapasos no eran como los que conocemos ahora. Tenían el tamaño de una televisión y se utilizaban temporalmente con los pacientes más graves.

Velcro – Geoge de Mestral

La leyenda popular nos dice que en realidad fue un perro el que inventó el velcro. Aunque esto obviamente es una exageración, es cierto que un perro jugó un papel protagonista en esta invención. 

El ingeniero suizo George de Mestral se encontraba en plena campiña, cazando con su perro. De repente se dio cuenta de que había una especie de planta muy molesta que constantemente se agarraba a sus calcetines y al pelo de su perro. Cuando llegó a casa y analizó la planta con el microscopio, Mestral descubrió que estaba formada por pequeños ganchos que ayudaban notablemente en el proceso de «engancharse» los unos con los otros.

Mestral experimentó durante años con distintos materiales textiles con el objetivo de repetir la experiencia, hasta que finalmente descubrió que un nuevo material, el nylon, era el candidato perfecto para su invención. 

 

 

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