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Jueves, 28 Marzo 2024

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¿Eres una víctima del «tecnoestrés»?

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¿Pasas horas y horas delante del ordenador una vez terminas tu jornada laboral? ¿Facebook, Twitter y otros programas de mensajería instántanea online se han convertido en tus medios de comunicación? ¿No puedes pasar más de 24 horas sin conectarte a Internet? Si tu respuesta es SÍ a cualquiera de estas preguntas, «Houston, tenemos un problema». Estamos ante un caso de «tecnoadicción», adicción a las nuevas tecnologías, fenómeno que está produciendo un nuevo problema, el tecnoestrés.

Esta patología no entiende de edades ni de experiencias, pero se convierte en una experiencia negativa para usuarios intensivos de tecnología. Acuñado por primera vez en 1984 por Craig Brod, el tecnoestrés ha recibido diversas acepciones teóricas, unas más divulgativas y otras más científicas y ha sido objeto de numerosos estudios científicos. El Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo lo define como «un estado psicológico negativo relacionado con el uso de tecnología o con la amenaza de su uso en un futuro. Esta experiencia se relaciona con sentimientos de ansiedad, fatiga mental, escepticismo y creencias de ineficacia».

Como fenómeno, José María Martínez Selva, catedrático en psicobiología de la Univesidad de Murcia, lo ha analizado en el libro «Tecno-estrés»  y en el mismo señala que este suelen padecerlo sobre todo personas de más de 40 años que, al no haberse podido adaptar a los rápidos cambios tecnológicos, llegan a experimentar rechazo hacia las nuevas herramientas.

A pesar de que sostiene que «no es un libro antitecnológico», mantiene que usar los nuevos aparatos es difícil y pretende dar voz «a todas las personas que lo pasan mal». Por si fuera poco, el uso de dispositivos móviles ha roto las fronteras espaciales y temporales de la oficina, prolongando la jornada laboral de forma indefinida. El trabajador se siente, entonces, obligado a mantener un rendimiento continuo y no consigue ni desconectar ni distanciarse de sus obligaciones, lo que, en opinión de Martínez Selva, no beneficia a su salud mental.

Evitar caer en este mal es posible, según el catedrático. Hay que seguir solo una serie de pautas sencillas, como es poner límites a nuestra conexión, establecer siestas digitales (periodos libres de nuevas tecnologías) o buscar aficiones alejadas del ordenador, que pueden mejorar nuestra calidad de vida. Martínez Selva también da mucha importancia a aprender a distribuir de forma adecuada nuestro tiempo y a reforzar las relaciones cara a cara, sin tratar a las personas como si fuesen máquinas capaces de responder a todas nuestras demandas.

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Por último, hace hincapié en que deben mantenerse las vías tradicionales de comunicación y de trabajo. Si se elimina la posibilidad de realizar trámites administrativos, como pedir cita para el médico por teléfono en lugar de hacerlo exclusivamente por internet, corremos el riesgo, en opinión del autor, de aumentar la brecha digital, generando más tecnoestrés.

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