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Viernes, 19 Abril 2024

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La felicidad (laboral) también está en las pequeñas cosas

Han pasado 28 años desde que Carlo Petrini asombrase al mundo con su manifiesto “Slow Food”, toda una revolución gastronómica que sentaba las bases de una nueva forma de comer, alejada de los restaurantes de comida rápida que por aquel entonces empezaban a conquistar las principales ciudades europeas.

Desde entonces, el “movimiento slow”, como contraposición a la vida frenética y desordenada que nosotros mismos nos imponemos, ha ido ganando peso. El estrés (y sus consecuencias), los atascos, la contaminación, el tener que estar siempre conectados y disponibles, etc. empuja cada vez a más personas a buscar alternativas que les ayuden a tomarse la vida de otra forma, que abracen ese concepto tan manido de “menos es más”.

Es así como en los últimos años han empezado a hacerse tremendamente populares esos a los que vamos a llamar “abogados de lo slow”, principalmente escritores y pensadores, que quieren convencernos de que “otro mundo es posible”.

Uno de los más conocidos es Carl Honoré, que en su libro “Elogio de la lentitud”, sienta las bases de ese movimiento slow, aplicado a todo tipo de ámbitos de nuestra vida diaria, incluido por supuesto el trabajo. En este punto, afirma lo siguiente:

¿Por qué tenemos siempre tanta prisa? ¿Cómo se cura esa auténtica enfermedad que es nuestra actitud ante el tiempo? ¿Es posible, e incluso deseable, hacer las cosas con más lentitud?
Vivimos en la era de la velocidad. El mundo que nos rodea se mueve con más rapidez de lo que jamás lo había hecho. Nos esforzamos por ser más eficientes, por hacer más cosas por minuto, por hora, cada día. Desde que la revolución industrial hizo avanzar al mundo, el culto a la velocidad nos ha empujado hasta el punto de ruptura.

¿Hemos llegado a ese punto de ruptura? Sí, si hacemos caso a los autores del Slow Work Manifesto, documento publicado en 2010 y que parte de un principio con el que resulta difícil discrepar. Afirma lo siguiente:

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El trabajo sostenible supone satisfacer las necesidades materiales y creativas sin comprometer el equilibrio psicofísico (individual y colectivo) indispensable para que las generaciones presentes y futuras no hereden un estado neurótico y autodestructivo.

¿Y qué proponen sus autores para superar este estado de neurosis que impera en las empresas? Medidas como dedicar 15 minutos del nuestra jornada laboral a permanecer en completo silencio o entender que “solo necesitas dinero para comprar tu tiempo. No gastes demasiado tiempo en ganar dinero”.

Caminar, talar un árbol, ser feliz

Cuando el noruego Lars Myttting publicó el año pasado “El libro de la madera” seguramente no sospechaba que se iba a convertir en uno de los libros del año.

Un libro que parte de una premisa muy simple: “Cortar y apilar leña es un pasatiempo a través del cual el mundo parece cobrar de nuevo sentido” y que a lo largo de sus páginas recuerda al lector que hay una vida sencilla a la vuelta de la esquina. Una vida que remite a árboles, chimeneas y al simple hecho de concentrar la mirada en partir y apilar leña.

Si el libro de Mytting ha conseguido no sólo vender miles de ejemplares, sino hacerse con premios como el British Book Industry Award, se debe en parte porque hay algo dentro de cada uno de nosotros, supuestos “trabajadores modernos” que pide a gritos volver a un tiempo en el que las cosas eran mucho más sencillas, más lentas y contemplativas.

Sólo así podemos explicar que otro autor nórdico, en este caso el danés Meik Wiking, haya conseguido triunfar con un libro muy similar, ““Hygge. La felicidad en las pequeñas cosas” en el que en realidad intenta explicar por qué son tantos los que consideran que el danés, es el pueblo más feliz del mundo.

¿Y qué cuenta? que desde la comida a la forma en la que nos relacionamos con los demás, son las cosas más sencillas las que proporcionan mayor felicidad. Cada capítulo de este libro se centra, en un aspecto determinado del hygge: la luz, la ropa, la comida y la bebida, el hogar…¿quieres ser hygge? No corras. Camina.

Que la felicidad se encuentra en algo tan sencillo como un paseo por el bosque nos lo contaba Henry David Thoreau (1817-1862) en su estupendo ensayo “Un paseo invernal”. El autor de “Walden” se marca en este libro párrafos como este:

En la profundidad del bosque, completamente solos, mientras el viento sacude la nieve de los árboles y dejamos atrás los últimos rastros humanos, nuestras reflexiones adquieren una riqueza y variedad muy superiores a las que ostentan cuando estamos inmersos en la vida de las ciudades. El zorzal y el trepador son una compañía más estimulante que la de los políticos y los filósofos, a los que volveremos a ver como quien se reencuentra con unos viejos y vulgares compañeros. En este valle solitario, en el que un riachuelo desagua las laderas cubiertas de hielo estriado y cristales de infinitos matices, entre los que sobresalen los juncos y la avena salvaje, y se elevan los abetos y las tsugas, nuestra vida es más serena y verdaderamente digna de contemplación

Porque tened en cuenta que andar es mucho más que dar pasos. Andar, si hacemos caso a Frédéric Gros, puede convertirse en toda una filosofía de vida.

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