Según la Biblia, Goliat fue un gigante que servía como soldado y que, durante días, amedrentó él solo a las tropas israelíes sin que nadie pudiera pararlo. Sin embargo, la historia también nos cuenta que fue herido por David, un joven de estatura normal, con tan solo una honda y una piedra y, finalmente, decapitado por este utilizando su propia espada. Esta leyenda ha sido utilizada hasta nuestros días para demostrar que no importa cómo sea de grande el enemigo, sino cuáles son nuestras destrezas para derribarlo.
Este concepto puede aplicarse también al mundo de la empresa. Normalmente, los emprendedores crean sus pymes con toda la ilusión del mundo pero, muchas de ellas acaban fracasando. Los principales motivos por los que ocurre esto son tres:
- El equipo no está preparado para llevar a cabo una idea compleja y se dan cuenta cuando la ponen en marcha.
- No es tan atractiva para ser rentable.
- No resuelve ninguna necesidad.
Cambiar la perspectiva de un negocio para que, en lugar de ser algo original, compita con grandes empresas e ideas consolidadas se torna imposible para la mayoría de los empresarios, quienes prefieren abandonar su proyecto antes de considerar este cambio de rumbo. Es aquí cuando hablamos de «síndrome de Goliat», es decir, el miedo escénico a enfrentarse a un gigante. Sin embargo, si miramos cómo han surgido algunas de las grandes multinacionales que existen hoy en día, descubriremos que comenzaron humildemente a competir en un mercado donde ya existía esa idea.
Por ejemplo, cuando Larry Page y Sergey Brin lanzaron Google, el buscador web Altavista ya dominaba el mercado a nivel mundial. Y cuando el estudiante Mark Zuckerberg desarrolló Facebook, las redes sociales ya existían y estaban lideradas por MySpace (propiedad de Microsoft). Estas dos grandes «aventuras» nos llevan a la moraleja de todo esto: no importa lo que hagas, sino cómo lo hagas. Dicho de otra manera: no es tan vital lo gigante que sea tu competidor sino tu destreza a la hora de manejar la piedra.
