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Viernes, 26 Abril 2024

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La curiosa historia de Joybubbles, el «padre» del primer movimiento hacker del mundo

Hoy en día todos sabemos lo que es un ciberdelincuente, pero muchos aún confunden este término con el de hacker, pese a no ser lo mismo. Estos últimos llevan muchos años explicando que sus acciones son para aumentar la ciberseguridad, no para violarla. Pero, ¿por qué las actividades de estos profesionales tienden a la confusión? ¿De dónde viene esa mala fama? Quizás porque los orígenes del movimiento hacker está plagado de claroscuros.

Josef Carl Engressia, más conocido como Joybubbles, es considerado como el «padre» del movimiento hacker y sus inicios en actividades relacionadas con la seguridad son, cuanto menos, controvertidos. De hecho, en 1991 cambió oficialmente su nombre. Estadounidense, nacido en Richmond (estado de Virginia) en 1949, Joybubbles empezó a introducirse en el movimiento que acabaría fundando de una manera, cuanto menos, curiosa.

Con tan solo siete años de edad, descubrió que silbando en un teléfono de la época se activaban ciertos comandos que permitían el uso de varias acciones. Como por ejemplo, habilitar llamadas internacionales sin provocar un coste monetario.

Joybubbles, que era ciego, pirateaba la red de telefonía a base de silbidos. Su talento innato le permitió profundizar en todas las utilidades de un aparato, como es el teléfono, que nunca llegó a ver. Su historia ha sido llevada a la pequeña pantalla, a través de varios documentales.

Una infancia complicada

Sin la figura de su padre presente, privado por completo de su infancia y dotado de un alto coeficiente intelectual, Joe Engressia fue apartado de la sociedad por su madre. Ella creyó oportuno animarle para que destinara toda su curiosidad a potenciar su talento innato.

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Con cuatro y cinco años, su madre le decía que llamase al teléfono de información meteorológica para conocer la temperatura del día. Solo tenía que marcar los números y escuchar lo que la voz tenía a bien decirle, pero poco a poco fue variando sus llamadas. Tanto es así que, escuchando lo que sonaba en el altavoz de su teléfono, llegó a descubrir cómo ingeniárselas para surcar aquel laberinto infinito que era la red telefónica mundial. Al cabo del tiempo, no obstante, cuentan que sus padres tuvieron que quitar el teléfono de casa debido a la obsesión de Joe, tal y como recoge El Confidencial.

En unas de las escenas del documental sobre la vida de Joe Engressia que ha filmado Rachael Morrison tras conseguir su objetivo en Kickstarter, se explica cómo eran aquellas llamadas. Lo mismo que hacía con un silbato el mítico John Draper, uno de los más afamados phreakers, conocido en los anales del hacking como Capitán Crunch, Joybubbles era capaz de hacerlo solamente utilizando su boca y sus pulmones.

Cuando era necesaria la intervención de un empleado de la operadora para conectarse, los interruptores que manipulaban emitían unos sonidos muy característicos que estos precursores de la piratería informática sabían interpretar.

Camino a la fama

Joybubbles podía llamar desde su ciudad natal, Richmond (Virginia, EEUU), a cualquier otra parte del territorio estadounidense. O, por qué no, a otros rincones del mundo. Una vez que descubrió cómo funcionaba aquel enmarañado sistema de cables subterráneos y aéreos que trasladaban la voz de un sitio a otro, no hubo quien le detuviera. Ni siquiera las leyes.

Tras matricularse en la Universidad del Sur de Florida en 1968, Joe comenzó a utilizar sus habilidades como phreaker para hacer amigos y ganar cierta fama.

Desde Los Ángeles, Seattle, Massachussets, Nueva York… diversos grupos de chicos más jóvenes que él le llamaban para contarle que ellos también jugaban con el teléfono y hacían cosas extrañas. Él les puso en contacto entre sí pero, al ser el mayor, le siguieron considerando su líder. Cada noche, le llamaban para contarle sus nuevos trucos y pedirle consejo.

Un reportero de la revista Esquire publicó un reportaje sobre el movimiento en 1971 en que él y otros pioneros explicaban sus actividades. Fue así como otros padres de la informática lo conocerían y emularían: Steve Wozniak, cofundador de Apple, cuenta en su autobiografía cómo él y Steve Jobs construyeron su primera caja azul, un emisor de tonos para manipular la línea telefónica, después de leerlo.

Por entonces, Joybubbles acababa de irse de casa y malvivía en las afueras de Memphis. Buscaba trabajo en alguna compañía telefónica. Poco después de publicarse el artículo del Esquire, fue detenido por defraudar a la compañía telefónica y se le prohibió acercarse al aparato. Durante varios años, la propia compañía se negó a instalarle la línea. Así terminó su papel en la historia del phreaking, tal y como recoge El País.

La eterna niñez

Pese a que abandonó las actividades poco lícitas, nunca abandonó su pasión por la telefonía. Vivía del subsidio de invalidez y de algún trabajo esporádico que realizaba cada vez que necesitaba algo más de dinero para financiar sus viajes a centrales telefónicas.

Cada vez que le llegaba información de un sitio interesante, ya fuera una central con equipo antiguo todavía en uso, o con la última tecnología instalada, ahorraba y se iba en autobús a verla. Allí pedía a los empleados que le permitieran visitarla y acariciar el cableado y los intercambiadores de la central.

En 1988, se dio cuenta de que no merecía la pena vivir como un adulto y comenzó a reflexionar sobre su infancia. Decidió que quería tener cinco años para siempre y vivir jugando. En 1991, se cambió el nombre a Joybubbles (burbujas alegres en inglés) porque era un nombre que «hacía sonreír a quienes lo escuchaban». Fundó la Iglesia de la Eterna Niñez y obtuvo licencia como predicador e incluso un número fiscal para aceptar donaciones.

En 1998, realizó su última gran peregrinación. Pasó dos meses abrazado a sus juguetes en un rincón de la biblioteca municipal de Pittsburg, mientras escuchaba los más de 800 capítulos de ‘Mr Roger’s Neighbourhood’, una serie para niños que exaltaba el amor y el valor intrínseco de cada persona. Por entonces, dedicaba varias horas al día a llamar a niños con enfermedades terminales para charlar con ellos, actividad que mantuvo hasta su muerte junto a un programa por teléfono que recogía las historias que la gente le contaba al llamarle.

El 8 de agosto de 2007 sufrió un infarto y murió en su apartamento rodeado de un sinfín de teléfonos reales y de juguete conectados de diferentes maneras.

 

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