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Viernes, 26 Abril 2024

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El nuevo trabajador precario es on-demand

Para que no haya malas interpretaciones, lo voy a dejar claro desde el primer momento: soy un gran entusiasta de la economía on-demand. Me encanta que me traigan la compra a casa en una hora, que pueda pedir casi cualquier cosa y un repartidor esté dispuesto a compartir conmigo su ruta de transporte, o que haya empresas que por poco dinero se acerquen a mi casa para recoger, lavar y planchar mis camisas.

Como periodista especializado en startups, he tenido la oportunidad de conversar con algunos de los representantes de esta nueva economía, startups que repitiendo el cliché de Silicon Valley, prometen «cambiar el mundo». Pero una de las preguntas que con más insistencia he empezado a hacer a estas empresas, cuánto ganan esos intermediarios que forman parte del círculo de consumo colaborativo, siempre queda sin respuesta.

La mayoría suele escudarse en el poco transparente «no podemos hacer púbico ese dato por política de empresa» y en el mejor de los casos, lo normal es obtener una evasiva que apuntan a argumentos como «es difícil saberlo, depende de las horas que trabajen, de los días, las propinas, etc.». Pero lo que nunca he obtenido es una respuesta honesta y directa.

Si saco esto a colación es porque en los últimos meses, no son pocas las voces que han empezado a dar voz de alarma: la economía colaborativa fomenta en ocasiones la creación de una clase de sub-trabajadores que desarrollan su actividad en la más absoluta precariedad laboral. Medios como Recode en «The gig economy has grown big, fast — and that’s a problem for workers» o Quartz en «The secret to the Uber economy is wealth inequality» apuntan al mismo problema: la desprotección absoluta del «middle man» es decir, el intermediario que en última instancia se encarga de llevar el pedido a tu casa.

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La economía on-demand y el «completar los ingresos»

La economía colaborativa se ha vendido desde sus orígenes como una forma de completar los ingresos de los trabajadores. En sus inicios, empresas como Uber explicaban que trabajar para ellos era poco más que aprovechar esas horas libres en las que no hay nada que hacer, para obtener unos ingresos extra. El mismo mantra fue calcado por casi todas las empresas que se fueron sumando a la nueva ola colaborativa. Se posicionaban en este sentido como una buena opción para estudiantes o trabajadores a tiempo parcial, que efectivamente quisieran o obtener unos ingresos o simplemente completar su salario.

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A medida sin embargo que los servicios que ofrecían empezaron a crecer en popularidad y aumentaron su demanda, no sólo crecieron las multimillonarias rondas de inversión que llamaban a sus puertas, sino también la exigencia de los inversores para profesionalizar unos servicios que en su origen había sobrevivido en cauces más o menos informales.

Al mismo tiempo, muchos «colaboradores» de estas startups, a la vista de su dificultad para encontrar un trabajo estable, empezaron a considerar el hacer repartos a domicilio o llevar a pasajeros en su vehículo personal, como su única fuente de empleo. Era sin duda mejor trabajar para Deliveroo, Uber o Instacart que quedarse en casa.

Finalmente y como es normal, al detectar que realmente existía una actividad laboral y no un «pasatiempo», las administraciones públicas empezaron a presionar a estas empresas para regularizar el servicio. Dicho de otra forma, sus «voluntarios» o «colaboradores» sí o sí tenían que empezar a cotizar. El Estado desde luego, no iba a renunciar a su parte.

Y aquí dos eran las cosas. O las empresas asumían a estos trabajadores «ocasionales» dentro de su plantilla o optaban por la solución más barata: obligarles a darse como alta como autónomos o «independent contractors». Y el cambio aquí no es baladí. Porque como autónomos, estos trabajadores se ven sometidos a obligaciones que no tenían: pagar su cuota mensual, declaración de IVA, etc.

autonomo

Un mundo de falsos autónomos

Al ser trabajadores autónomos, estos trabajadores tienen sobre el papel completa libertad para escoger con quién quieren trabajar y cuántas horas quieren hacerlo. Pueden compatibilizar varios trabajos de forma simultánea y en definitiva, disfrutar de buena parte de las ventajas que tienen las personas que deciden trabajar por cuenta propia.

¿Dónde está el problema? En que en realidad en muchos casos, esas personas sólo son autónomos en parte. Aunque teóricamente estas empresas no exigen una dedicación exclusiva, en la práctica la mayoría de estos trabajadores emplean su tiempo trabajando para una única compañía. En un mundo en que las Apps pueden medir el rendimiento de cada trabajador, las horas que trabajan y las que no, la satisfacción de los clientes, etc. es fácil que muchos managers acaben priorizando a aquellas personas que «más se esfuerzan» por la «causa» de la compañía.

De hecho como denunció la periodista  Sarah Kessler en «Pixel & Dimed On (Not) Getting By in the Gig Economy», al intentar pasar un mes intentando trabajar para varias de estas startups, no sólo descubrió que ser aceptada dentro de la plantilla no era ni mucho menos tan sencillo como prometían, sino que en realidad no tenía ningún control sobre las horas que podía trabajar o sobre su horario semanal.

De ahí que desde hace dos años los tribunales de los principales estados de Estados Unidos se encuentren dirimiendo una y otra vez la misma cuestión: ¿deben considerarse los trabajadores de Uber  y otras empresas parte de la plantilla o son autónomos? Eso en Estados Unidos. En España la startup valenciana de limpieza a domicilio EsLife se vio obligada a cerrar sus puertas tras una «visita sorpresa» de la inspección de trabajo. Y la polémica también cerca a algunas startups tan populares como Cabify, a la que precisamente los taxistas madrileños han acusado de contratar falsos autónomos.

Por supuesto al ser autónomos, todos estos trabajadores dejan de disfrutar de beneficios como bajas por enfermedad, permisos por maternidad/paternidad, vacaciones pagadas o paro, por no decir que necesariamente renuncian a un principio tan básico como la sindicación.  ¿Es este es el mundo que va a dibujar la economía colaborativa? ¿Nos dirigimos de cabeza a un escenario en el que se precariza aún más el trabajo?

No todas las startups actúan por supuesto de la misma forma. Pero a medida que aumenta la presión para que crezcan, que sean escalables y produzcan beneficios, es fácil caer en la tentación de empezar poner el peso sobre los hombros del eslabón más débil. Porque en un mundo donde el paro se mueve en torno al 20% ¿quién no va a querer trabajar, sean cuales sean las condiciones?

Si volvemos a la pregunta inicial, cuánto ganan los trabajadores del «consumo colaborativo», la respuesta sigue en el aire. Charlar con algunos de estos trabajadores supone encontrar situaciones en las que se disfrutan de unos ingresos de 400 euros mensuales que efectivamente pueden compatibilizar con sus estudios, a otras en las que los poco más de 700 euros que se obtienen por una dedicación exclusiva, se convierten en poco más de un parche. Y sí, también están los que se ganan bien la vida. Porque por supuesto, no todas las startups son iguales, por mucho que en los últimos tiempos pudiera parecerlo.

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