Lawrence J. Peter, pedagogo famoso por haber formulado el“Principio de Peter” solía decir que un economista es “un experto que mañana sabrá explicar por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy”.
John Kenneth Galbraith, uno de los economistas más famosos e irreverentes del siglo XX, decía por su parte que “la única función de predicción económica es hacer que la astrología parezca algo más respetable” a lo que añadía que “la economía es extremadamente útil como una forma de empleo para los economistas”.
Incluso el propio John Maynard Keynes criticaba a sus colegas de profesión al decir que “en el largo plazo, todos estaremos muertos”, refiriéndose al hecho de que muchos se preocupaban más por los “grandes problemas” de la economía, antes de enfocarse en los problemas más inmediatos que sufría la población.
Inmunes a las críticas, en parte infundadas y en parte ganadas a pulso, los economistas han conseguido en los últimos años revestirse de un “halo” especial, protagonizando día sí, día también, los principales diarios del mundo en su afán por explicar las causas de la crisis económica que nos azota desde 2008, e intentando influir en las políticas públicas en busca de soluciones.
Los más famosos, como los premios nobel Paul Kraugman o Thomas C.Schelling se han mostrado especialmente activos y han sido citados como fuente de conocimiento a la hora de criticar o defender la política económica de los principales países del mundo.
Ahora bien, ¿Qué grado de fiabilidad deben merecernos los economistas? ¿Qué grado de imparcialidad guardan sus diagnósticos y sobre todo, hasta qué punto se basan en un análisis racional? ¿Se dejan llevar por sus emociones como el resto de nosotros o realmente podemos creer casi todo lo que dicen a “pies juntillas”?
La principal conclusión de un estudio elaborado por el National Bureau of Economic Research (NBER) y que recoge esta semana el New York Times es que los economistas son tan irracionales, dogmáticos e insensibles (y viceversa) como el resto de nosotros, por lo que su grado de fiabilidad tiende a ser el mismo que el nuestro, en nuestros respectivos campos. Dicho de otra forma: como sospechábamos, ni son seres superiores, ni tienen la receta mágica para ayudarnos. Lo interesante del estudio, más allá de dar a conocer una realidad palmaria, es cómo han llegado a esta conclusión.
La newsletter de la discordia
Como muchas organizaciones, el NBER envía cada semana a sus suscriptores (23.000 economistas) una newsletter que recoge los últimos estudios e investigaciones que se han publicado sobre economía y estudios económicos.
Los estudios se ofrecen sin ningún tipo de criterio ni selección editorial. Tal y como se publican se incluyen en la newsletter y se envían. Incluso el orden que ocupan dentro del mailing es aleatorio (los más importantes no tienen por qué ser los que ocupen las primeras posiciones del boletín electrónico).
Pues bien, tal y como haríamos el resto de nosotros, está demostrado que los estudios que ocupan las prmieras posiciones son los que reciben una mayor atención, independientemente de su importancia. Así el estudio del NBER concluye que los estudios que ocupan las tres primeras posiciones reciben de media hasta un 33% más de clics que el resto y tienen una tasa de descarga del 29% superior.
Pero el dato más interesante, es que cuando más tarde se hacen nuevos estudios, son precisamente los que han sido más abiertos con anterioridad (que recordemos no tienen por qué ser los más importantes), los que a su vez, son más citados. Si quisieramos ser maliciosos casi podríamos afirmar en este terreno, que buena parte de la producción de estudios económicos modernos, se debe sencillamente al azar.
En términos más amplios y rigurosos, como asegura el presidente del NBER, James Poterba, “este hecho nos demuestra que las personas no siempre toman decisiones teniendo en cuenta la dinámica de coste-beneficio sino que en muchos casos lo único que cuenta es cómo se presenta la información”.
